El tema de los exámenes siempre resulta desagradable, pero, necesario; al menos eso es lo que dicen los que nos los hacen; parece que es necesario justificar de algún modo, especialmente, de forma documental, la evaluación al alumno. Siempre me acuerdo de cuando miro las “notas” de mis primeros años de escolarización que se limitaban a unos comentarios sobre la aptitud general, frente a cada una de las asignaturas y a sí se habían adquirido las aptitudes pretendidas y, en su caso, se hacía una valoración bastante genérica.
En todo caso, pronto se acabó ese sistema y, rápidamente y durante muchos años (si no todos los de tu vida), empiezas a ser evaluado por terceros, y, con consecuencias cada vez más graves.
Bueno, en cuanto a los exámenes de lengua nunca recuerdo que me resultaran especialmente difíciles, ni fáciles; sí recuerdo que, especialmente, tanto los de L1 como los de L2 me gustaban mucho cuando tenías que comprender y analizar textos, menos cuando se trataba de aspectos orales (recepción o emisión), aunque también es verdad que, proporcional y cuantitativamente, han sido mucho menor. Sin embargo, sí recuerdo de una manera doble (agradable y desagradablemente) los exámenes de selectividad de lenguas. No en relación a lengua castellana, del que no me acuerdo, y me imagino que debí sacar una nota acorde con la media de BUP y COU, y lo mismo sucedió respecto a lengua catalana, donde solo recuerdo que se hacían pocas preguntas, para mi gusto, sobre historia de la lengua, pasada y actual; sin embargo, fue en latín e inglés donde recuerdo que nunca comprendí lo que pasó pues se invirtió el orden de lo esperado y mientras en latín saqué una nota bastante mediocre (lo que aún hoy me disgusta, aunque solo lo explico por haber pretendido traducir la Eneida, poesía, en lugar de la Guerra de las Galias, o eso creo que me dijeron) en inglés saqué la nota mínima que me esperaba para latín, y por encima de mi media, lo que aún hoy no logro imaginar el motivo o razón, ni recuerdo siquiera el examen, eso sí, exclusivamente escrito.
Los restantes exámenes de lengua, como ya no han sido algo obligatorio en mis estudios, ni les he dedicado lo que se merecen, la verdad es que nunca me han quitado el sueño, bastante tenía con mis estudios obligatorios, por eso ahora estoy intentando retomarlos (con poco éxito aún, aunque ahora culpo a esta Licenciatura en Lingüística; al menos me voy aproximando).
En todo caso comentaré que sí he hecho muchos o bastantes exámenes orales, en mi L1, por suerte, y aunque resulta evidente que te pones nervioso, lo cierto es que nunca me ha resultado algo insoportable e insufrible, si bien tampoco me agradan, pese a que he de reconocer que tras hacer algunos, elegí uno voluntariamente porque sí que creo que, en principio (salvo que el “profe” sea un…, que los hay, tal vez demasiado) es más justo que un típico exámen escrito de test o de 3 ó 4 preguntas a desarrollar en 2, 3 ó 4 horas, aún siendo algunas optativas, pues el profesor siempre percibe mucha más información, claro, si has estudiado, y siempre puede hacerte varias preguntas, más breves o más largas, ver como te explicas o razonas y, al menos en mi caso, siempre he aprobado, y al aprobar, siempre la nota suele ser más alta. En todo caso y concluyo ya, también es cierto que para hacer exámenes orales se ha de tener cierta aptitud, pues he visto en exámenes orales a muchos compañeros que pese a saber que han estudiado y que se sabían el programa, lo cierto que o bien eran incapaz de enfrentarse al examen oral o bien al hacerlo sufrían desmayos, tartamudeos, incluso enmudecían (diagnosticado médicamente), no por no saber contestar si les das papel, lápiz y 30 minutos.